lunes, septiembre 29, 2025
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    Y la flecha alcanzó Atapuerca…

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    Un año más la aventura que inició hace ya XII ediciones el miembro de Espeleoduero, José Herrero Calvo, ha concluido con éxito. El multidisciplinar aventurero recorrió con su arco y sus flechas la capital de las Tierras del Duero y la localidad del Alfoz de Burgos

    Conectar Aranda de Duero con Atapuerca en apenas cuatro maratones. Un año más, José Herrero Calvo, multidisciplinar aventuro y miembro de Espeleoduero, volvía a dar buena cuenta de la singular experiencia ultrafondista que desde hace 12 años viene realizando cada verano.

    En esta ocasión, solo junto a su arco y las flechas que lo acompañan en el camino emprendió viaje hacia la localidad prehistórica del Alfoz de Burgos. Tras lanzar la primera flecha a las aguas del Duero, tan solo cuatro días restaban para llegar a destino y repetir el mismo gesto.

    Finalmente, tras cuatro jornadas maratonianas -42 kilómetros- y tres flechas lanzadas por el camino el arquero llegó a destino. Un trayecto por el que atravesó territorios de ribera y sabinar, bosque y bosquejos, encrespadas rampas y sobre todo revivió aquellas historias de cristianos y mulsulmanes, de celtas y romanos por los caminos y senderos que en otra época fueron protagonistas de la historia.

    Una aventura con la que dar visibilidad al medio rural, al paso del tiempo, a la conciencia histórica y medioambiental, y sobre todo hacerlo de una manera sostenible y saludable con el deporte de resistencia como protagonista. Un buen ejemplo de vida.

    El cuaderno de bitácora de Herrero

    De una manera singular, el propio protagonista de esta bonita historia compartía a su regreso reflexiones en un cuaderno de notas resumiendo la aventura. Estas son sus anotaciones:

    Un año más, por tierras de Burgos pasa el arquero. Desde Aranda de Duero hasta Atapuerca. Recorre el camino, lanzando tres flechas marcan los hitos de su trayecto. La salida, el punto más alto y el final. Así concluye el recorrido, equivale a cuatro maratones. Ya suman doce años sin faltar a la cita. Este año la propuesta fue distinta. Etapas de 42 kilómetros con descansos intermedios, para completar en cuatro días el trayecto habitual. Lo llaman ultramaratón. Andando o corriendo, siempre con la ilusión de recuperar fuerzas tras cada pausa.

    Los preparativos

    Un grupo de amigos –Víctor Otero, Victorino Javier, Santos Cuñado, Fidel Peña y Yo mismo, José Herrero- comenzamos a planear la aventura. Cada mes reconocíamos rutas, entrenábamos, buscábamos caminos con encanto, historia y paisaje, también lugares donde poder pernoctar. Sin embargo, la lluvia obligó a aplazar un recorrido. Otros dos quedaron pendientes por trabajo o por lesiones rebeldes.

    La fecha prevista, a finales de junio, se deshizo entre obligaciones. Finalmente, la última semana de agosto se presentó como la ocasión perfecta, aunque pocos podían participar. “Para no perder la continuidad, decido hacerla solo -pensé-. Otro año ya se verá.”

    La primera flecha

    Como es costumbre, a las seis de la mañana disparo la primera flecha desde el puente rojo de Aranda de Duero. El proyectil se pierde en el cielo antes de hundirse en la corriente que riega las viñas de un vino singular, en esas tierras prósperas que ofrecen tintos, claretes y blancos.

    El camino comienza con salud y buen ánimo. Pasados Gumiel de Izán y Villalbilla, en el kilómetro 25 recibo una llamada inesperada: una empresa me quiere entregar cuatro sillas. ¿Broma o realidad? Entre mensajes y audios cruzados, el desconcierto acompaña mis pasos. Al llegar a Santa María del Mercadillo, decido centrarme en lo esencial: limpiar e hidratar los pies, olvidar el teléfono y mirar hacia adelante, rumbo a Ciella, Valdeande y Caleruega.

    En el trayecto, un revuelo de cuervos y un halcón me descubre la pata de un corzo, apenas con carne que rapiñar. La naturaleza también deja sus señales.

    A las dos de la tarde llego a la piscina de Caleruega. Una cerveza con limón repone el esfuerzo. Allí me encuentro con Fidel, que este año no participa por molestias en las rodillas. Tras invitarme a comer, me acompaña un tramo junto a su pastor alemán hasta la Ermita de la Virgen de la Talamanquilla. Una víbora cruzando el camino nos recuerda que la montaña exige respeto. Desde allí, me despido de ellos y continúo.

    Santo Domingo de Silos me recibe al anochecer. Ceno algo y, con el frontal encendido, decido prolongar la marcha hasta el cementerio de Sad Hill, paraje de película del Oeste, La etapa, prevista de 40 km, termina con 60.

    Bajo un cielo imponente de estrellas, me acomodo en un lecho de paja con saco y manta térmica. Las esquilas del ganado, el vuelo rasante de algún ave nocturna, un búho cazando, será. Me despierto dos veces para abrigarme, hasta que a las siete de la mañana reanudo la marcha.

    La segunda flecha

    A las nueve disparo la segunda flecha, desde el Fuerte San Carlos, utilizado por los Celtas, los Romanos, los Musulmanes y los Carlistas. El día se presenta fresco y agradecido. El paso es ágil, rumbo a Contreras, tras superar Contreras y la subida a Retuerta. El Arlanza ofrece paisajes que roban la mirada y que tientan a detenerse en sus frescas sendas y la vista del monasterio de San Pedro de Arlanza conocido como la “Cuna de Castilla” pero el ritmo debe mantenerse.

    Las ampollas reclaman cuidados que me niego a atender demasiado pronto. Después de comer, en Covarrubias a las tres de la tarde, aún queda mucho día por delante. Decido continuar hacia las Mamblas y el “Dolmen de Cubillejo, monumento funerario del Neolítico, hace 5.000 años”. El sol, benévolo, me permite llegar a las seis a Cubillejo, Tras curar los pies y reponer fuerzas, intento avanzar más, pero el GPS me juega una mala pasada: rutas antiguas se superponen y me hacen perder casi una hora en un monte cerrado. La prudencia manda: decido pernoctar en Cubillo del Campo. Ceno en el único bar, agradezco la hospitalidad de quienes me ofrecen techo y me retiro tras la iglesia. El cielo, otra vez majestuosamente estrellado, se cubre de un manto gris. A las cuatro de la mañana despierto con frío y rocío, me abrigo con cortavientos y espero al amanecer.

    Rumbo final

    El sábado amanece con 50 km por delante. Paso por la cantera de la Catedral de Burgos, con la cuesta que impone respeto. En Revillarruz, a las 9:30, solo restan 42 km: la última maratón.

    Avanzo hacia Burgos por Modúbar de la Emparedada. Cruzo el antiguo tren minero, con su túnel fresco y sombrío. Moras y ciruelas del camino endulzan el esfuerzo. Tras subir la cuesta serpenteante de Cardeñadijo, se alza por fin la Catedral de Burgos.

    José Herrero Calvo en una de las encrucijadas de caminos de la aventura arandino-atapuerquense. / DUERO Deporte
    José Herrero Calvo en una de las encrucijadas de caminos de la aventura arandino-atapuerquense. / DUERO Deporte

    Bordeo el Arlanzón por su ribera derecha, de aguas limpias y cristalinas que invitan a la comparación con el Duero en Aranda. Antes de Ibeas de Juarros me detengo: lavo los pies, curo ampollas, cambio calcetines y repongo fuerzas. En el bar del pueblo, unos clientes me preguntan por mis bastones extraños. Entre risas, monto el arco y hacemos unas fotos para una amiga arquera.

    Llamo a Fidel: “Me quedan dos horas, a lo sumo.” En Atapuerca me espera. Me fotografía al entrar y juntos vamos a la iglesia. Allí disparo la última flecha, la que marca el final.

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